viernes, 30 de marzo de 2012

PARA LOS QUE NO SE ENCUENTRAN PECADOS


Autor: Remedios Falaguera | Fuente: Catholic.net
Para los que no se encuentran pecados
Nos estamos olvidando de mirarnos a nosotros mismos, siempre responsabilizamos a los demás de nuestros problemas
 
Para los que no se encuentran pecados
Para los que no se encuentran pecados
“Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida” (San Agustín, Confesiones)

Hace más o menos un año, en una entrevista publicada en El País, la actriz Blanca Portillo señalaba muy sabiamente: “Nos estamos olvidando de mirarnos a nosotros mismos, siempre responsabilizamos a los demás de nuestros problemas, nos consentimos a nosotros mismos demasiado y nos perdonamos todo; mirando los defectos de los demás acabas sin ver los tuyos y uno mismo nunca es responsable de nada; la verdad es que si fuéramos honestos con las consecuencias de nuestros actos crearíamos un mundo más humano y más generoso“.

Dicho de otro modo: nos resulta demasiado fácil ver los defectos de los demás y los juzgamos tan a la ligera que nos parecen hasta “normales” las criticas, burlas, e incluso, los comentarios destructivos, sin darnos cuenta que entramos en un juego peligroso que puede destruir la fama, no solo de todo aquel que sea diana de nuestros comentarios, sino de nosotros mismos. Como dice el Catecismo de la Iglesia: “Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). Y añade: “La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo”. (Cat.1459)


Esta actitud nos envenena por dentro generando en nuestro interior un sabor amargo lleno de insatisfacciones que se reflejan negativamente en nuestra vida cotidiana y que no pasa desapercibida a los que tenemos más cerca: nuestra familia, amigos y compañeros.
Y nos plantea una realidad aún más negativa: la corrupción de nuestros corazones, raíz de todos nuestros males: la mentira, el rencor, el odio, las envidias, la injusticia,… “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre“.(Marcos 7,21-23)

Ilustrémonos con esta historia: Cuentan que una pareja de recién casados se mudó de casa. La primera mañana, mientras tomaban café, la mujer reparó a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero.

-¡Qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero…! - Le comentó a su marido. Quizás necesita un jabón nuevo… ¡Ojala pudiera ayudarla a lavar las sábanas!

El marido la miró sin decir palabra alguna.
Cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, viendo a través de la ventana, como la vecina tendía su colada.

Al mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas blancas, como nuevas, y dijo al marido: ¡Mira, por fin ha aprendido a lavar la ropa!¿Le enseñaría otra vecina?
El marido le respondió:
-¡No, hoy me levanté más temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana!

Imagino la cara de estupor de la mujer de esta pequeña historia a la que le vendría muy bien leer, a modo de moraleja, las palabras del Señor que dicen: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.” (Mt 7, 1-6)

Y dado que estamos en Cuaresma, tiempo de mortificación, reparación y cambio profundo en nuestra vida, podríamos aprovechar algún momento de las bien merecidas vacaciones para reflexionar con este examen de conciencia, dirigido “para aquellos de vosotros que, gracias a Dios, no soléis incurrir en actos gravemente pecaminosos, y que, por otra parte, experimentáis cierta dificultad a la hora de encontrar materia de la que acusaros en la Confesión”.

Dice así:
“Quizá pueda serviros de orientación la siguiente lista, hecha a vuela pluma, y con escasas pretensiones y que bien podría titularse algo así como “elenco muy incompleto de defectos y actitudes defectuosas en que suelen incurrir las buenas personas".

Como podréis observar, no se trata, en general, de cosas en sí necesariamente graves, sino de modos de ser, de pensar o de actuar que, aparte de desagradar a Dios, pueden hacer daño al alma y dificultar la vida de los demás. ¿Os imagináis, por ejemplo, lo dura que podemos hacer la vida de quienes con nosotros conviven -y más si de nosotros dependen- cuando nos dejamos dominar por el pesimismo, la intransigencia o la tacañería?

“Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es ese agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios".

Se trata de saber si somos -y si desde la última Confesión se nos ha notado claramente-, aparte de otras cosas más gordas:

caprichosos, tozudos, intransigentes, coléricos, irascibles, agresivos, discutidores implacables, quejicas, malhumorados, envidiosos, protestones por sistema, egoistones, susceptibles, tacaños, mezquinos, propensos al complejo de víctima, perezosos, comodones, flojos, sensuales, equilibristas de la impureza, noveleros, excesivamente soñadores, suavemente materialistas, irresponsables, frívolos, vacíos, superficiales, inconstantes, mentirosos, tramposos, faltos de autenticidad, desordenados, chapuceros, vanidosos, arrogantes, engreídos, impuntuales, rencorosos, murmuradores, chismosos, mal pensados, difamadores, duros para la comprensión, brutos en al expresión, mal dispuesto contra todo y todos, despreciativos, faltos de espíritu universal, fácilmente injustos, ingratos, desagradecidos, poco propicios a la generosidad, indiferentes hacia los demás, aislacionistas, individualistas, sembradores de pesimismo, incrédulos por comodidad, irreverentes, poco piadosos, faltos de visión sobrenatural, faltos de confianza en Dios, sordos a su voluntad, propensos a olvidarnos de El, distraídos en la liturgia, poco devotos de la Virgen.

Y examinar también:
si despreciamos el tiempo,
si vivimos permanentemente descontentos,
si nos falta sentido del pudor,
si estamos excesivamente seguros de las propias ideas,
si nos sentimos como reyes no reconocidos o injustamente destronados, y, en consecuencia, siempre enfadados,
si en todas las cosas estamos contra,
si vivimos exageradamente inquietos por el porvenir,
si no nos preocupa el sufrimiento ajeno ni las injusticias,
si sólo somos amables cuando nos conviene,
si somos propensos a instrumentalizarlo todo hacia lo que nos conviene,
si carecemos del “sentido del otro",
si pactamos fácilmente con la injusticia,
si siempre lo vemos todo desde el punto de vista propio,
si solemos pasar factura a los demás, por lo que hacemos o nos parece hacer por ellos,
si no damos limosna ni por casualidad,
si somos negligentes en la educación de los hijos, quizá con el pretexto del mucho trabajo,
si somos negligentes en la atención debida a los padres, esposa o esposo,
si aumentamos innecesariamente la carga de los demás con caprichos y nuevas necesidades,
si sólo nos preocupamos de que nuestros padres nos complazcan, y rara vez les damos una alegría,
si exigimos mucho y damos poco,
si aceptamos la mediocridad en las cosas de Dios,
si tenemos tendencia a confiar más en nosotros mismos que en la gracia,
si descuidamos la oración personal,
si no procuramos adquirir la debida formación religiosa,
si damos por supuesto que el apostolado es cosa de los otros,
si vivimos esquivando las cruces que nos santificarían,
si sentimos celos por el progreso espiritual de los otros,
si nos falta fe en el Magisterio de la Iglesia,
si tenemos tendencia a criticarla,
si nos consideramos el mejor intérprete del Vaticano II,
si contribuimos al desprestigio de las personas consagradas a Dios,
si somos tacaños en la ayuda económica a la Iglesia,
si llegamos habitualmente tarde a Misa,
si descuidamos el ayuno y la abstinencia,
si… , etc.

Después de esta relación meramente ejemplificativa, ¿continuaréis pensando algunos que todavía es difícil hallar -aun sin emplear demasiado tiempo-, cinco, seis, siete o diez pecados o defectos gordos de los que acusaros? Y si fuese así, ¿no sería cosa de ir pensando en introducir vuestro proceso de canonización?
Ya os dais cuenta de que ese elenco no es sino un cajón de sastre, donde hay cosas que pueden ser, o llegar a ser, incompatibles con una vida cristiana de verdad; y cosas menos importantes, si se lucha contra ellas.

Y si, refiriéndoos a estas últimas, me dijeseis que son pequeñeces, yo podría responderos con palabras ajenas, muy llenas de razón y muy experimentadas: “Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantienen viva la llama y encendida de la luz". Tomado del libro:ALFONSO REY. El sacramento de la Penitencia. Ed. Palabra. Madrid 1977/

Y para terminar, ¿Qué mejor que esta referencia a Nuestra Señora en estos momentos que recordamos la Pasión de nuestro Señor que se hacen tan amargos para nuestra Madre María?

No estamos solos. De hecho, nadie como Ella conoce mejor nuestros corazones y sabe comprender nuestras palabras y gestos para presentárselas al Señor con una sonrisa cómplice de la que se sabe Mediadora de todas las gracias. Y ante nuestras vacilaciones, penas e imperfecciones nos susurra al oído: “No pasa nada, ven conmigo. Yo te acompáñame y te enseñaré el camino”.

Porqué, ¿a quién se dirige un niño pequeño cuando quiere que se le perdone por alguna “trastada” que acaba de cometer? No hay ninguna duda. Primero, a su madre, ¡claro! El sabe que ella le quiere con locura. Que a pesar de la regañina justa y necesaria para hacerle mejor persona, mejor hijo de Dios, ella le perdonará, y le ofrecerá su ayuda para corregirse y luchar contra las malas inclinaciones.

Recuerda: “María, Madre de Dios y Madre nuestra, nunca falla porque es madre. “Antes, solo, no podías… —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!”(S. Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 513)


   


LA AMISTAD ES UN DON Y UN MISTERIO

La amistad es un don y un misterio
Autor:  Tito de los Santos Hernández López

        El hombre ha sido creado como un ser en relación, proyección y realización. Nadie se puede privar de la relación con otras personas, animales, cosas y la naturaleza en general. El hombre no es un ser isla que puede mantenerse solitario al tiempo y al espacio en el que vive, crece y se desarrolla. Ya que de cualquier otro modo, no sería posible un crecimiento armónico y un desarrollo pleno, su vivir sería una existencia vacía y sin sentido. Es por eso, que el hombre y la mujer necesitan un mínimo de relación que le permita proyectarse como tal; es decir: si es infante, como niño; si es un adolescente o joven, pues como tal; si es adulto o anciano, pues como corresponde a su edad.

        La Amistad pues, no tiene edad, sexo o condición social. Por eso, como valor innato del ser humano de crecer y planificarse en su relación y realización, la amistad proyecta desde lo más íntimo del corazón y revela lo que es el misterio de cada hombre y mujer, entre quienes se da espontáneamente una auténtica relación de amistad. La amistad entendida así es un DON y un MISTERIO, que no depende de un solo individuo, sino de ambos. La amistad pues, no se inventa, no se forza, ni mucho menos se anda de ofrecida banalmente. Desde este sentido la auténtica amistad que humaniza las relaciones interpersonales, es la que sólo es posible entre los Seres Humanos, independientemente de la edad, sexo o condición social. Sería ilógico y deshumanizante querer sostener una amistad profunda con cualquier animal, al que simpáticamente se le llama "mascota" (perro, gato, loro, pez, etc.), o algún objeto o cosa, ya que el mínimo de relación amistosa por muy buena que esta pareciera no llenaría los más grandes anhelos de la persona, como: el diálogo, la confianza, el compartir mutuo, la comprensión, el consejo, el apoyo moral, etc. Respecto al animal u objeto con quien se cree ser amigos. En cambio, la amistad entre las personas surte el efecto y la satisfacción de tener en cualquier momento crítico de la vida, siempre una mano amiga y un hombro en quien descansar y sobrellevar las carga de la vida.

        Es así, que cualquier animal, objeto o cosa por muy cercanos que sean para mí siempre quedarían cortos ante tales anhelos propios de todo ser humano. Comprender pues, que la amistad es un DON de Dios y un MISTERIO, que como tal no se inventa, atreviéndome a sostener que ni aún así nace o se hace, como muchas veces se cree que yo solo tendré un amigo (a) cuando me nazca tenerlo, y a quien quiera ofrecerla o cuando desee hacerla o entrabarla la buscare incansablemente, aunque tenga que agotar los recursos habidos y por haber en la búsqueda de uno o varios amigos (as). Aquí es donde se encuentra la razón por la cual sostengo que la amistad es un DON. Como DON la amistad es un regalo que tiene su fuente y culmen en Dios, creador del hombre a su imagen y semejanza (Gen. 1, 26) Sólo Dios Autor de todo el universo, modelo de toda relación divina y humana, entre su Hijo Jesucristo y en comunión con el Espíritu Santo (Jn. 1, 1-10). Es quien ofrece continuamente este regalo a todo hombre y a toda mujer que se abre ¡cuál flor del campo! En gratitud a recibir en su persona y en su corazón el DON de la amistad, consciente de su Autor y Fuente. Por eso, la amistad como DON se AGRADECE, se CULTIVA y se COMPARTE.

        1. SE AGRADECE: Porque ¿Quién es digno de una auténtica y profunda amistad? Amigo solo uno, pues ese uno entre mil es como el número premiado ofrecido en gratitud, que viene a mi encuentro y yo salgo a su encuentro.

        2. SE CULTIVA: Es obvio que todo crecimiento requiere de un proceso, de aquí la necesidad de cultivar la amistad a través del diálogo, la confianza, el respeto mutuo, el cariño, el afecto mutuo, etc. Valores que requieren de una cierta dosis constante de repuesta y entrega personal.

        3. SE COMPARTE: La auténtica amistad siempre es abierta hacia los demás, nunca se cierra en sí misma, debe ser como una cedula viva que, se alimenta en si misma y alimenta a los demás, contagiando positivamente a los otros de valores y promoviendo un ambiente sano y fraterno.

        La amistad como MISTERIO debe entenderse a partir de su culmen. Si viene de Dios es porque conduce a Dios. Nadie sabe a ciencia cierta el ¿CUÁNDO, CÓMO Y DÓNDE? Se da exactamente la amistad.

        . ¿Cuándo viene a mí como regalo?
        . ¿Cómo hay que agradecerla y cultivarla?
        . ¿Dónde hay que compartirla?

        Por eso, la amistad es un MISTERIO, ya que no se limita al tiempo y al espacio de la historia humana, sino que una auténtica amistad es capaz de romper estos parámetros y fronteras geográficas llevando a las personas a trascenderse, más allá de lo que son capaces, creando hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Apoc. 5,9), aún así sea del credo que sea. Ahora podremos comprender lo que dice un pensamiento anónimo: "Las distancias no deben separar a los amigos, porque la amistad es el puente de Corazón a Corazón"

        Comprender la amistad así, nos dará la certeza de poder construir un mundo de justicia y de paz, una sociedad más humana en la que se promueva la dignidad de las personas, NO a costa de intereses egoístas e indiferentes a los intereses de los marginados, desposeídas y desprotegidos. Pedir al Autor de la Vida y de la Amistad, que nos haga ser auténticos Amigos en Él y con Él, para cooperar con su Hijo Jesucristo en la redención y salvación del mundo, realizando desde nuestra vocación concreta a la que hemos sido llamados, y por la cual hemos optado libre y conscientemente hasta el final de los tiempos, esto si quesera garantizar una calidad humana y cristiana en nuestras relaciones de Amistad con Dios y con los hombres de cada generación futura, agradeciendo la pasad y viviendo la presente en plenitud de vida y amor.

FORMULA PARA IR AL CIELO...


Formula para ir al cielo

En cierta ocasión le preguntaron a Ramesh uno de los grandes sabios de la India, lo siguiente: "¿ Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras que otro sufren por problemas muy pequeños y se ahogan en un vaso de agua?"

El simplemente sonrió y contó una historia . . .

Era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo decía que él iría al cielo, pues un hombre tan bondadoso solamente podría ir al Paraíso. En aquella época el cielo todavía no había pasado por un programa de calidad total. La recepción no funcionaba muy bien, y quien lo atendió dio una ojeada rápida a las fichas de entrada, pero como no vió su nombre en la lista, le orientó para que pudiera llegar al infierno. Y como en el infierno nadie pedía identificación, ni invitación cualquiera que llegara era invitado a entrar), el sujeto entró y se quedó.

Algunos días después Lucifer llegó furioso a las puertas del Paraíso y le dijo a San Pedro: "¡Eso que me estás haciendo es puro terrorismo! Mandaste aquel sujeto al infierno y el me está desmoralizando. Llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas, abrasándose, besándose. El infierno no es lugar para eso, por favor trae a ese sujeto para aca Cuando Ramesh terminó de contar esta historia dijo: "Vive con tanto amor en el corazón que, si por error vas a parar al infierno, el propio demonio te traiga de vuelta al Paraíso"

PENSAMIENTO DE SAN JOSÉ MARELLO


LA FE TIENE QUE CONVERTIRSE EN VIDA PARA MÍ

Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La fe tiene que convertirse en vida para mí
Viernes quinta semana de Cuaresma. ¿Hasta qué punto dejamos que nuestra alma sea abrazada plenamente por Cristo?
 
La fe tiene que convertirse en vida para mí
Jr 29, 10-13
Jn 10, 31-42

Ante el testimonio que Jesucristo le ofrece, ante el testimonio por el cual Él dice de sí mismo: “Soy Hijo de Dios”, ante el testimonio que le marca como Redentor y Salvador, el cristiano debe tener fe. La fe se convierte para nosotros en una actitud de vida ante las diversas situaciones de nuestra existencia; pero sobre todo, la fe se convierte para nosotros en una luz interior que empieza a regir y a orientar todos nuestros comportamientos.

La fundamental actitud de la fe se presenta particularmente importante cuando se acercan la Semana Santa, los días en los cuales la Iglesia, en una forma más solemne, recuerda la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor. Tres elementos, tres eventos que no son simplemente «un ser consciente de cuánto ha hecho el Señor por mí», sino que son, por encima de todo, una llamada muy seria a nuestra actitud interior para ver si nuestra fe está puesta en Él, que ha muerto y resucitado por nosotros.

Solamente así nosotros vamos a estar, auténtica- mente, celebrando la Semana Santa; solamente así nosotros vamos a estar encontrándonos con un Cristo que nos redime, con un Cristo que nos libera. Si por el contrario, nuestra vida es una vida que no termina de aceptar a Cristo, es una vida que no termina en aceptar el modo concreto con el cual Jesucristo ha querido llegar a nosotros, la pregunta es: ¿Qué estoy viviendo como cristiano?

Jesús se me presenta con esa gran señal, que es su pasión y su resurrección, como el principal gesto de su entrega y donación a mí. Jesús se me presenta con esa señal para que yo diga: “creo en ti”. Quién sabe si nosotros tenemos esto profundamente arraigado, o si nosotros lo que hemos permitido es que en nuestra existencia se vayan poco a poco arraigando situaciones en las que no estamos dejando entrar la redención de Jesucristo. Que hayamos permitido situaciones en nuestra relación personal con Dios, situaciones en la relación personal con la familia o con la sociedad, que nos van llevando hacia una visión reducida, minusvalorada de nuestra fe cristiana, y entonces, nos puede parecer exagerado lo que Cristo nos ofrece, porque la imagen que nosotros tenemos de Cristo es muy reducida.

Solamente la fe profunda, la fe interior, la fe que se abraza y se deja abrazar por Jesucristo, la fe que por el mismo Cristo permite reorientar nuestros comportamientos, es la fe que llega a todos los rincones de nuestra vida y es la que hace que la redención, que es lo que estamos celebrando en la Pascua, se haga efectiva en nuestra existencia.

Sin embargo, a veces podemos constatar situaciones en nuestras vidas —como les pasaba a los judíos— en las cuales Jesucristo puede parecernos demasiado exigente. ¿Por qué hay que ser tan radical?, ¿por qué hay que ser tan perfeccionista?

Los judíos le dicen a Jesús: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". Esta es una actitud que recorta a Cristo, y cuántas veces se presenta en nuestras vidas.

La fe tiene que convertirse en vida en mí. Creo que todos nosotros sí creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, Luz de Luz, pero la pregunta es: ¿lo vivimos? ¿Es mi fe capaz de tomar a Cristo en toda su dimensión? ¿O mi fe recorta a Cristo y se convierte en una especie de reductor de nuestro Señor, porque así la he acostumbrado, porque así la he vivido, porque así la he llevado? ¿O a la mejor es porque así me han educado y me da miedo abrirme a ese Cristo auténtico, pleno, al Cristo que se me ofrece como verdadero redentor de todas mis debilidades, de todas mis miserias?

Cuando tocamos nuestra alma y la vemos débil, la vemos con caídas, la vemos miserable ¿hasta qué punto dejamos que la abrace plenamente Jesucristo nuestro Señor? Cuando palpamos nuestras debilidades ¿hasta qué punto dejamos que las abrace Cristo nuestro Redentor? ¿Podemos nosotros decir con confianza la frase del profetas Jeremías: “El Señor guerrero, poderoso está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso, y su ignominia será eterna e inolvidable”?

¿Que somos débiles...?, lo somos. ¿Que tenemos enemigos exteriores...?, los tenemos. ¿Que tenemos enemigos interiores...?, es indudable.

Ese enemigo es fundamentalmente el demonio, pero también somos nosotros mismos, lo que siempre hemos llamado la carne, que no es otra cosa más que nuestra debilidad ante los problemas, ante las dificultades, y que se convierte en un grandísimo enemigo del alma.

Dios dice a través de la Escritura: “quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable”. ¿Cuando mi fe toca mi propia debilidad tiende a sentirse más hundida, más debilitada, con menos ganas? ¿O mi fe, cuando toca la propia debilidad, abraza a Jesucristo nuestro Señor? ¿Es así mi fe en Cristo? ¿Es así mi fe en Dios? Nos puede suceder a veces que, en el camino de nuestro crecimiento espiritual, Dios pone, una detrás de otra, una serie de caídas, a veces graves, a veces menos graves; una serie de debilidades, a veces superables, a veces no tanto, para que nos abracemos con más fe a Dios nuestro Señor, para que le podamos decir a Jesucristo que no le recortamos nada de su influjo en nosotros, para que le podamos decir a Jesucristo que lo aceptamos tal como es, porque solamente así vamos a ser capaces de superar, de eliminar y de llevar adelante nuestras debilidades.

Que la Pascua sea un auténtico encuentro con nuestro Señor. Que no sea simplemente unos ritos que celebramos por tradición, unas misas a las que vamos, unos actos litúrgicos que presenciamos. Que realmente la Pascua sea un encuentro con el Señor resucitado, glorioso, que a través de la Pasión, nos da la liberación, nos da la fe, nos da la entrega, nos da la totalidad y, sobre todo, nos da la salvación de nuestras debilidades.


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  • P. Cipriano Sánchez LC
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