miércoles, 26 de junio de 2013

LA AMISTAD


La amistad

Es el más noble de los sentimientos
y es siempre el más humilde.
Crece al amparo del desinterés, se nutre brindándose y
florece cada día con la comprensión.
Su sitio está junto al amor, y
únicamente los honrados pueden
tener amigos, porque la amistad
el más ligero de los cálculos la lesiona.
Como es un bien reservado a los elegidos
resulta el sentimiento más
incomprendido y el peor interpretado
No admite sombras ni dobleces,
rusticidades ni renunciamientos.
Exige en cambio, sacrificio y valor,
comprensión y verdad
¡Verdad! sobre todas las cosas

EL EVANGELIO DE HOY: 26.06.2013

Autor: Gustavo Velázquez | Fuente: Catholic.net
Por sus frutos los conoceréis
Mateo 7, 15-20. Tiempo Ordinario. Estar cerca de la Eucaristía, apacigua nuestros miedos, transforma la tristeza en alegría, y convierte el odio en Amor.
 
Por sus frutos los conoceréis
Del santo Evangelio según san Mateo 7, 15-20

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.

Oración introductoria

Jesús, Tú nos hablas hoy de los malos profetas, pero al mismo tiempo nos hablas de nosotros. Dices que al árbol se le conoce por sus frutos, por sus obras. Que no es suficiente con ver su tronco o su follaje para conocerlo, sino que necesitamos recurrir a sus frutos: como cuando buscaste higos en la higuera. Por eso, deseo unirme a ti, para que Tú produzcas en mí frutos de amor y de entrega.

Petición

Jesús, concédeme unirme a tu Eucaristía, para que circule tu savia por mis venas, y así pueda dar frutos que salten hasta la vida eterna.

Meditación del Papa

Nosotros celebramos la Eucaristía sabiendo que su precio fue la muerte del Hijo – el sacrificio de su vida, que en ella está presente. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, nosotros anunciamos la muerte del Señor hasta que Él vuelva, dice san Pablo (cfr Co 11,26). Pero también sabemos que de esta muerte brota la vida, porque Jesús la ha transformado en un gesto de entrega, en un acto de amor, dándole de esta forma su sentido más profundo: el amor ha vencido a la muerte. En la santa Eucaristía Él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia Sí (Jn 12,32) y hace que nos convirtamos en los sarmientos de la vid que es Él mismo. Si permanecemos unidos a Él, entonces también nosotros produciremos frutos, y entonces ya no saldrá de nosotros el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor al prójimo. Benedicto XVI, 23 de octubre 2005.

Reflexión 

La unión frecuente con Cristo Eucarístico cambia forzosamente nuestra forma de pensar y de actuar. Porque, o comulgando su Cuerpo, nos convertimos, o permaneciendo en nuestras malas costumbres, dejamos de comulgarlo.
Cuando recibimos la Eucaristía, Dios nos asimila en sí mismo, nos transforma en sus sarmientos, en extensiones de su amor a los hombres. Los frutos producidos de esta ventajosa unión, son increíbles. Porque apacigua nuestros miedos, transforma nuestras tristezas en alegría, y convierte nuestros odios en Amor.

Propósito

Buscaré comulgar con mayor frecuencia, y, en la comunión del próximo domingo, le diré: "Concédeme nunca más apartarme de ti".

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú eres la Vid en la que quiero insertarme para dar buenos frutos. Sé que por mis propias fuerzas, puedo poco; pero que unido a ti, lo puedo todo. No me deseches nunca de tu Corazón, antes bien, concédeme ser fiel a tu presencia en mi vida. "Concédeme vivir siempre tus mandamientos y no permitas que me separe de ti".


El efecto propio de este sacramento es la conversión del hombre en Cristo, para que diga con el Apóstol: Vivo, no yo, sino que Cristo vive en mí
(Santo Tomás, Coment. IV al Libro de las Sentencias, d. 12, q. 2, a. 1)



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